"Los adolescentes esperan atención, límites y escucha activa por parte de sus padres".
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La adolescencia es una etapa en la que dejamos atrás ese estado infantil. Y nos permite llegar a jóvenes y adultos. La primera característica fundamental es que en poco tiempo se da toda una revolución. Son, además, plenamente conscientes de todo lo que les está ocurriendo. Lo que ocurre es que no le encuentran mucho sentido. Es una etapa rompedora con lo que hay. Lo que requiere es que les prestemos atención. Hemos hablado muchísimo de ellos y de ellas, pero quizá no estamos profundizando en cuáles pueden ser sus auténticas necesidades.
Hay problemas que se ven y otros que no se ven. Y los padres tienen que estar muy atentos. Como además es la etapa en la que tienden a aislarse o manifestar toda esa intensidad que tienen, ese bloque es importante también atenderlo. Empezando por los que se ven, obviamente, por ejemplo, las conductas de riesgo. Las conductas de riesgo son propias de la adolescencia. Si además extrapolamos la visión a cuando son adultos, es donde se fraguan la mayoría de los problemas ligados a la falta de control de impulsos. Por supuesto, adicciones. Esos elementos de riesgo, como es el alcohol, el consumo de cannabis, el tabaco, es uno de los grandes problemas que tenemos. Porque, además, en la medida en la que se fragüen a esta edad vamos a tener adultos con mucha dificultad para autorregularse. No tanto el tema del sexo, el tema de las conductas precoces, porque es la edad en la que se tienen que dar. Yo diría que el elemento de preocupación es cuando lo sumamos a esas otras conductas de riesgo. Porque se da en situaciones de auténtica falta de control. De hecho, cada vez vemos más críos y crías que lo hacen y después se sienten mal. Porque no han tenido ese control para, realmente, hacerlo. Esos son dos de los grandes problemas que yo entiendo que hay que atender.
Otro gran problema está relacionado con los trastornos de la conducta alimentaria. Es uno de los grandes problemas, en este momento, que sigue creciendo. Y sigue creciendo porque al final, realmente, se fragua en un estilo de vida. Se fragua en un estilo de aprender a comer, pero también de aprender a vivir. Pensemos que no solamente los adolescentes, sino mucho antes, ya empiezan a funcionar por modelos. Desde el punto de vista de la estética, son muy precoces, con unos estilos y con unas tallas a veces absolutamente inviables. Por lo tanto, ya se fragua desde bien pequeños, en algunas ocasiones, unos elementos que se ven. Se ven estilos demasiado atrevidos para la edad que tienen o conductas de manipulación con la comida.
"Debemos buscar el equilibrio entre un estilo educativo demasiado autoritario y otro excesivamente flexible".
Antes hablaba de esas problemáticas que no se ven. Esas problemáticas que, realmente, solamente vamos a ser capaces de poder abordar en la medida en la que seamos buenos observadores y establezcamos un proceso de comunicación con nuestros hijos que nos permita acceder a ellos. Si no, es inviable. Desde un estilo educativo tremendamente distante, frío, muy autoritario, va a ser muy difícil que podamos acceder a ese tipo de cuestiones. Desde un estilo absolutamente nada marcado, tremendamente flexible, y que casi más que padres podamos parecer sus iguales, tampoco. Porque nos vamos a perder esa rigurosidad. Es un equilibrio perfectamente conseguible.
Los adolescentes, por un lado siempre decimos que están deseando esa especie de límite de esos padres porque sus amigos no se los van a poner, pero también están deseando un proceso de escucha activa por parte de los padres y que realmente se interesen. Aunque a veces, paradójicamente, no lo parezca.
Una de las cosas más importantes es salir de nuestra zona de seguridad. Los padres se sienten seguros al hablar de temas que tienen que ver con el colegio, cuánto has comido, cómo has comido, con quién has estado, qué has hecho y cuántos deberes tienes. Hay una serie de temas que van a ir a un protocolo de repetición, de insistencia, el cual los adolescentes claramente ya no soportan. Llega un momento en que ellos te van a desviar la atención. Y si de por sí se aíslan, esto va a ayudar a que verdaderamente no conectemos. Lo primero: olvidarse de este tipo de comunicación. El valor de la comunicación lo da el resultado que tiene, a quién va dirigida, el efecto que da el receptor. Por lo tanto, los adolescentes son receptores de otro tipo de comunicación.
Queremos que ellos entiendan los que es la responsabilidad, lo que es un adulto, porque ya les consideramos adultos para muchísimas cuestiones, pero nos cuesta a nosotros entender que una etapa por la que hemos pasado y que podríamos perfectamente entender, nos cuesta bajar a ese nivel. Tenemos que acercarnos al adolescente. Es decir, ser capaz de escucharle, ser capaz de buscar cuáles son sus intereses. Una de las grandes dificultades es ser capaz de entender qué hay en esa cabecita, qué le interesa, sin juicio crítico. Una vez que adoptamos un lenguaje mucho más empático, que tratamos de ver cuáles son esos juegos que realmente tiene en la consola, o cuáles son esos temas que a lo mejor a nosotros no nos interesa nada como adultos; ahí puede haber una conexión importante.
Lo que quieren es que sus padres también se interesen por sus cosas. Eso es fundamental. Aunque sus cosas nos resulten anodinas o directamente sean rompedoras con lo que pensamos, esa trayectoria, esos niños que hacen el deporte, que tocan esa música, que hacen esas extraescolares con las que los padres están de acuerdo. Y de pronto empiezan a querer hacer cosas, como el que quiere hacer boxeo. Y entonces los padres ya están pensando en peleas tremendas. O el que quiere empezar a tocar un instrumento, y tocar con un grupo, y los padres ya se empiezan a asustar porque lo empiezan a asociar a esas conductas de riesgo que también a veces nos preocupan. Ahí hay que aterrizar un poquito y conectar con esos adolescentes que van a estar encantados. No de compartirlo, porque seamos realistas, todo no se lo van a contar a los padres, pero sí de empezar a filtrar. Sobre todo si entienden que, cuando les diga algo, mi padre y mi madre no se van a enfadar. Y dos, lo segundo que van a hacer, además del enfado, no es criticarme y decirme que lo que tengo en la cabeza es una barbaridad. Si esos dos elementos están bien manejados, va a ser todo mucho más fácil.
Biografía
Licenciado en Psicología y postgrado en Psicología Clínica del Niño y del Adolescente, Ángel Peralbo lleva 20 años analizando los cambios sociales y biológicos que se producen en la adolescencia. Es también autor de los libros ‘Educar sin ira’ y ‘De niñas a malotas’.