Son muchos los factores que influyen en la elección de un coche. Depende, por ejemplo, del uso que le vayamos a dar, siendo mejor el eléctrico a la hora de moverse por ciudad y el de gasolina (o diésel) si se trata de un viaje largo. También del precio, y de las ofertas que realicen las marcas o los concesionarios, o de la seguridad del vehículo. Pero si hay una característica que determina la compra de un modelo u otro es el tipo de combustible.
Hoy en día, lo habitual es que consuman el catalogado como fósil, ya sea gasolina o gasóleo (diésel). También los hay, aunque son menos los casos, que se mueven mediante electricidad (eléctricos) o con una mezcla de ambos “carburantes” (híbridos). En este artículo vamos a profundizar en cada uno de ellos, con el objetivo de conocer los distintos tipos de combustible existentes en el mercado.
Tipos de combustible: Gasolina
Desde la de 63 octanos (presente en los años 20) hasta hoy, han sido muchos los tipos de combustible existentes, quedando solo los 3 actuales (en función del octanaje):
- Sin Plomo 95: más limpia que la de 98 octanos, también es más barata (la diferencia suele rondar los 15-20 céntimos) y beneficiosa para el rendimiento del motor, sobre todo en coches de pequeña cilindrada. Es la que usan la mayoría de los modelos.
- Sin Plomo 98: tratada mejor químicamente, está más refinada, lleva menos azufre y sus aditivos son de mayor calidad. Esto la hace que sea ideal para coches más potentes, a pesar de tener un mayor coste y contar con limitaciones en las grandes ciudades al ser más contaminante.
- Bioetanol: de mayor octanaje que las anteriores (105 octanos concretamente), destaca por ser más económica (su precio medio es de 90 céntimos) y por no contar con azufre en su mezcla, además de emitir menos NOx y monóxido de carbono. La utilizan solo los vehículos flexibles, pudiendo generar daños en otro tipo de motores como los de gasolina.
Tipos de combustible: Gasóleo
La mayoría de los vehículos del parqué automovilístico español utilizan este tipo de combustible (los catalogados como diésel). Se pueden distinguir varios tipos:
- Gasóleo A: su buena calidad, está más refinado y su mezcla cuenta con mejores aditivos, le convierten en el más usado, estando presente en la mayoría de los vehículos de uso diario. Suele contar con una versión ‘premium’ que, siendo similar a la estándar, es capaz de alargar la vida de ciertos componentes del vehículo, como el motor, gracias a los añadidos especiales que incorpora.
- Gasóleo B: el no estar filtrado, y por su alto contenido en parafina, es apto únicamente para unos vehículos en concreto como, por ejemplo, los catalogados como maquinaria agrícola o las embarcaciones, no pudiéndose usar en motores de coche o moto. De hecho, su uso fuera de estos casos permitidos se considera delito de fraude y está penado.
- Gasóleo C: es el más barato, fruto de ser el menos refinado y al que menos aditivos se le añaden. Esto hace que se utilice, en la mayoría de los casos, en calderas de calefacción (también por su alto porcentaje de parafina). Usarlo fuera de los permitido, como ocurría con el Gasóleo B, puede acarrear fuertes multas.
Otros tipos de combustible menos comunes
Son pocos todavía los modelos de coche que se mueven con carburantes distintos a los mencionados. Entre las alternativas disponibles destacan los de Gas, en sus distintas modalidades (Hidrógeno, Gas Licuado del Petróleo, Gas Natural Comprimido o Gas Natural Licuado), y los eléctricos.
Ambos cuentan con una serie de beneficios, destacando el hecho de que son más limpios, más eficientes y, sobre todo, más cuidadosos con el medio ambiente (o sostenibles). También tienen desventajas como, por ejemplo, su poca autonomía (lo que limita su uso) o la escasa presencia de puntos de recarga, sobre todo el segunda opción.
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