Adam Alter

Psicólogo y profesor
"Los niños consideran interesante aquello a lo que sus padres prestan atención".

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Todos tenemos el mismo sistema: la misma anatomía, cerebros prácticamente iguales, nuestras reacciones son prácticamente similares; mismas recompensas, mismas señales, mismos detonantes… Así que todos tenemos el mismo «riesgo», si queremos llamarlo así. Todos somos susceptibles. Dicho esto, gran parte de todo es estructural. Es decir, si hay creado un universo en el que todos tus amigos están en un dispositivo y se espera que respondas a los treinta segundos, tú también estarás ahí. Así que, tal y como está estructurada la sociedad ahora mismo, es particularmente peligroso para adolescentes y preadolescentes, porque la mayoría de sus interacciones sociales ocurren online. En casi todo el mundo, se espera de ellos que estén conectados, delante del móvil, listos para responder, dispuestos a interactuar con gente… Básicamente, desde que salen del colegio hasta que se acuestan. Todo ese tiempo libre, el único que tienen entre semana, lo ocupan con el móvil. Y esto es un factor estructural, así es como vivimos todos. Si esto cambiase, los jóvenes saldrían más, jugarían más, harían otras cosas que son positivas para ellos. Pero es peligroso porque, tal y como ha evolucionado su mundo, no pueden alejarse de la pantalla con la misma facilidad que los adultos, porque nuestras vidas no giran tanto en torno al móvil, sobre todo a nivel social.

Lo primero que hay que hacer es vigilar el tiempo de uso. Si ves que tu hijo utiliza el móvil o cualquier otro dispositivo durante varias horas al día, puedes monitorizarlo para saber cuánto. Yo no lo haría en secreto, sin que el niño o el adolescente lo sepa, sino que le diría: «Vamos a ver cuánto tiempo inviertes, a ver qué ocurre». Doy clase a adolescentes en verano y algunos emplean hasta diez horas diarias frente a la pantalla. No sé ni de dónde sacan el tiempo, no entiendo cómo pueden vivir así y hacer las demás cosas necesarias, pero si eres padre, es algo que merece la pena saber. Así que lo primero es, averiguar cuánto tiempo emplea. La ventaja de estas aplicaciones es que también puedes saber qué hacen durante ese tiempo. Pero lo esencial es tener con tu hijo o hija una conversación, una vez está claro lo que hace, sobre todo si tiene la edad suficiente para tenerla, y decirle: «¿Con cuánto tiempo te conformarías? Vamos a encontrar un equilibrio. Puede ser un problema menor que se resuelva hablándolo, y se puede aprender a gestionarlo… Pero puede ser un problema grave hasta el punto en que el niño no es capaz de cumplir con sus obligaciones, se siente abrumado por todo lo que le rodea, ya que no suele tener la ocasión de atender a todo aquello que está fuera de la pantalla… Llegado ese punto, en los casos más graves, al menos en Estados Unidos y en partes de Europa, la gente acude a centros de tratamiento específicos. Aún son algo muy reciente, su eficacia es cuestionable también, algunos parecen funcionar mejor que otros. No existe un método probado y definitivo para tratar esta adicción por ahora. Es muy bajo el porcentaje de niños que lo necesitan. Pero este sería el orden de los pasos: tiempo de uso, qué ocurre en ese tiempo, hablar con el niño para intentar llegar a una solución y, si no funciona, hablar con un especialista en el tema.

"Dejar de lado el smartphone una parte del día es una buena manera de recuperar la humanidad que nos han quitado estos dispositivos".

Los niños consideran interesante aquello a lo que sus padres prestan atención. Así que, si tú prestas atención a una pantalla, tu hijo pensará que es muy interesante; si prestas atención a un libro, el niño querrá saber qué hay ahí. Sea lo que sea que capte tu atención, tu hijo lo considerará interesante. Así aprenden. Admiran a sus padres, sobre todo cuando son más pequeños, y quieren saber qué les interesa a sus padres para interesarse ellos también. Los niños desde edad muy temprana prestan atención a lo que haces. Creo que es muy importante que los padres, cuando hay niños delante, dejen de lado las pantallas, como querrían que hiciera su hijo en esos momentos. Si te parece bien que tu hijo mire en todo momento la pantalla, puedes hacerlo. Si hay algún momento donde no quieres que mire el móvil, tienes que cumplir exactamente la misma norma. Porque que tú uses el móvil, es lo mismo que si lo usa él o ella, y esto fomenta el mismo comportamiento.Lo primero que hay que hacer es vigilar el tiempo de uso. Si ves que tu hijo utiliza el móvil o cualquier otro dispositivo durante varias horas al día, puedes monitorizarlo para saber cuánto. Yo no lo haría en secreto, sin que el niño o el adolescente lo sepa, sino que le diría: «Vamos a ver cuánto tiempo inviertes, a ver qué ocurre». Doy clase a adolescentes en verano y algunos emplean hasta diez horas diarias frente a la pantalla. No sé ni de dónde sacan el tiempo, no entiendo cómo pueden vivir así y hacer las demás cosas necesarias, pero si eres padre, es algo que merece la pena saber. Así que lo primero es, averiguar cuánto tiempo emplea. La ventaja de estas aplicaciones es que también puedes saber qué hacen durante ese tiempo. Pero lo esencial es tener con tu hijo o hija una conversación, una vez está claro lo que hace, sobre todo si tiene la edad suficiente para tenerla, y decirle: «¿Con cuánto tiempo te conformarías? Vamos a encontrar un equilibrio. Puede ser un problema menor que se resuelva hablándolo, y se puede aprender a gestionarlo… Pero puede ser un problema grave hasta el punto en que el niño no es capaz de cumplir con sus obligaciones, se siente abrumado por todo lo que le rodea, ya que no suele tener la ocasión de atender a todo aquello que está fuera de la pantalla… Llegado ese punto, en los casos más graves, al menos en Estados Unidos y en partes de Europa, la gente acude a centros de tratamiento específicos. Aún son algo muy reciente, su eficacia es cuestionable también, algunos parecen funcionar mejor que otros. No existe un método probado y definitivo para tratar esta adicción por ahora. Es muy bajo el porcentaje de niños que lo necesitan. Pero este sería el orden de los pasos: tiempo de uso, qué ocurre en ese tiempo, hablar con el niño para intentar llegar a una solución y, si no funciona, hablar con un especialista en el tema.

Nuestra manera de ser mejores personas, de aprender a comportarnos en sociedad, es probando cosas, un proceso de ensayo-error. Si le quitamos el juguete a otro niño, el niño nos da un manotazo y nos dice: «No me quites mi juguete». Así aprendemos lo que funciona y lo que no. Aprendemos que, si le dices algo feo a un niño, llora, y eso te hace sentir mal. La única manera de aprenderlo es teniendo una respuesta inmediata a nuestros actos, y eso ocurre cara a cara. Detrás de una pantalla, donde tienes cientos de miles de personas, amigos y gente a la que realmente no conoces, tus actos, cuando comentas, cuando escribes, cuando dices o haces cosas, están muy alejados de las consecuencias. Como resultado, no vives ese proceso de ensayo-error, no aprendes tan deprisa.

Es muy fácil que la vida online sea perjudicial para el bienestar de un niño. Dado que la gente en Internet maquilla su vida, al final, lo que ocurre es que solo se publica el mejor cinco por ciento de la vida real y el otro noventa y cinco por ciento se queda oculto. Si eres un niño y crees que Internet es un reflejo preciso de cómo viven los demás, si sólo has visto lo mejor, empiezas a pensar que tu vida es menos interesante, más mundana, que no es tan rica como la de otras personas. Es muy perjudicial porque entramos en un bucle constante de compararnos y de cuestionarnos nuestra vida.

Biografía

Adam Alter es psicólogo y profesor del departamento de psicología de la Universidad de Nueva York. Autor del libro 'Irresistible', en el que de manera sencilla y a través de ejemplos, analiza el uso que hacemos de los teléfonos móviles y otros productos tecnológicos que consiguen atrapar nuestra atención.