El año 2022, como todos los anteriores, estará amenazado por una serie de riesgos económicos. Por supuesto, aquí nos referiremos a los que podemos identificar, ya que siempre existirá la posibilidad de que aparezca un “cisne negro” en forma de evento imposible de predecir y que, como sucedió en 2020 con la pandemia de la COVID-19, condicione radicalmente el entorno macroeconómico.
Empezando precisamente por aquí, nuestro escenario para 2022 se basa en el supuesto de que la pandemia dejará de ser una amenaza significativa y la COVID-19 se convertirá en una enfermedad endémica, cuyas olas no implicarán una emergencia sanitaria. Obviamente, el riesgo económico, en este escenario, es que aparezca una variante más contagiosa y mortal que ómicron, que escape a la eficacia de las vacunas y que vuelva a provocar fuertes restricciones y limitaciones a nivel financiero.
El segundo riesgo, con posibles consecuencias desde el punto de vista económico, que tenemos que valorar como relevante es la inflación. Nuestro escenario base contempla una progresiva normalización de las elevadas tasas de inflación en 2022, que se estabilizarían en niveles superiores a los que existían antes de la pandemia. Así, el riesgo económico solo llegaría en el caso de que la inflación demostrase una persistencia mayor a la esperada y que entrasen en juego efectos de segunda ronda, los cuales impidiesen un retroceso de los precios. Unos cuellos de botella más persistentes en las cadenas de suministro, junto con presiones salariales y, lo que es más importante, el desanclaje de las expectativas de inflación, podrían acarrear espirales inflacionistas que pondrían en grave riesgo la validez de nuestro escenario.
El tercer riesgo que contemplamos, con implicaciones económicas más que probables, tiene que ver con un error de política monetaria. Esperamos que en 2022, la Reserva Federal comience la retirada gradual de los extraordinarios estímulos monetarios implementados durante la pandemia y que comience un proceso de normalización de sus políticas. Una economía boyante puede, sin duda, absorber unas condiciones financieras algo más estrictas.
El riesgo aquí sería doble:
- Por una parte, los inversores podrían empezar a anticipar un menor crecimiento económico futuro, lo que se vería rápidamente reflejado en una menor pendiente de la curva de tipos soberanos. En este escenario, la normalización de la Fed empezaría a hacer mucho daño a las expectativas de los agentes económicos y, en última instancia, convertir el riesgo a una posible recesión económica en realidad.
- Por otra, una reducción del tamaño del balance de la Fed, que empezará al mismo tiempo que el proceso de subida de tipos, como se nos dijo en la reunión de la institución del pasado 26 de enero: es bien sabido que las políticas de expansión cuantitativa favorecieron el buen comportamiento de los mercados financieros y lo contrario podremos esperar cuando el proceso se revierta. De hecho, el anterior experimento de reducción de balance en 2017 y 2018 terminó con una brutal corrección en los mercados bursátiles en la parte final de 2018. Es cierto que el proceso será muy gradual y bien comunicado, pero no podemos descartar que provoque movimientos de fuerte volatilidad en los mercados financieros.
Tampoco es descartable que una reducción más rápida de lo previsto en las tenencias de bonos del BCE pueda provocar una significativa tensión en las primas de riesgo periféricas.
Para terminar, y aunque no estamos hablando de una novedad en 2022, la situación geopolítica mundial parece especialmente compleja en estos momentos y tampoco podemos descartar que aparezcan focos de incertidumbre en los próximos meses.