"El juicio y la amenaza dificultan la buena relación con nuestros hijos".
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Todas las personas, en cualquier situación de nuestra vida, en situaciones de problemas o en situaciones felices, lo que queremos en un primer momento de la persona que está a nuestro lado es que nos mire y nos acompañe con calidez. La comunicación no violenta nos enseña a encontrar esa energía de calidez y a podernos expresar desde ahí.
La herramienta más poderosa es el proceso de comunicación no violenta con sus cuatro pasos: hechos, sentimientos, necesidades y acción. Imaginemos que un adolescente llega a casa con cinco suspensos. No esperábamos que suspendiera tantas asignaturas. Parece ser que él tampoco. Pero nos encontramos con un boletín de notas con muchas asignaturas suspensas. Tiene cinco, las más importantes. Ahí estamos, en cualquier situación de conflicto en la familia, estamos en un cruce de caminos. ¿Para dónde elijo tirar? ¿Elijo el camino de los obstáculos, los muros en la relación para conseguir, con un desgaste de energía enorme, lo que yo quiero que ocurra? ¿O elijo el camino del encuentro, de la profundidad, del diálogo, de ver qué está pasando, de la empatía, de la honestidad? Podemos amenazarle, directamente castigarle, chantajearle con un premio, podemos enjuiciarle. Enjuiciarle como vago o como irresponsable. Podemos darle una charla bastante larga de por qué es importante aprobar, con 14 años que tiene, las asignaturas, sobre su futuro, sobre las salidas profesionales. Darle consejos. La primera es porque el 99% de las veces que damos consejos a nuestros hijos en situaciones positivas o difíciles, no nos lo han pedido. Y no solo no nos lo han pedido, sino que no es lo que ellos necesitan de nosotros. Ellos necesitan escucha, comprensión, aceptación. En muchos casos, no el consejo. Y en las poquitas situaciones en las que quieren nuestros consejos, antes de ese consejo, les viene muy bien sentirse comprendidos y escuchados. Podemos ironizar e incluso quedarnos en silencio desde ese chantaje emocional. Podemos hacerle sentir culpable del disgusto que tenemos.
En las relaciones pasa como con la alimentación. Tú puedes, a lo largo del día, comer cosas que no son muy nutritivas y cosas que son nutritivas. Y no porque hayas comido cosas no nutritivas quitan valor a lo nutritivo. En la comunicación pasa lo mismo. Podemos vivir situaciones de… resolverlas como podemos. Somos humanos, Óscar. Yo no creo que haya nadie que resuelva todas las situaciones con los hijos, con el ritmo del día a día que tenemos en la actualidad, ni con personas de su entorno, desde el encuentro, desde el cuidado, desde la comprensión y desde la empatía. Con los hijos, este es un camino de por vida, no termina nunca. Es trabajo, trabajo, trabajo. Y fruto, fruto, fruto. Requiere pararse y poner energía en tratar de ver lo que le pasa a nuestros hijos. ¿Qué le puede estar pasando? ¿Qué puede estar necesitando? ¿Qué puede ser importante para él o para ella? Y cuando hacemos ese esfuerzo de pararnos, de contener el impulso que nos lleva a veces a dejarnos dirigir por la mente, conseguimos entrar por la otra senda. Y el resultado es maravilloso. Y cada vez que entramos y el resultado es maravilloso, más fácil se nos pone, más motivación tenemos, porque nos damos cuenta que más merece la pena.
Los secretos de la comunicación no violenta
Está claro que los padres, cuando exigen a los hijos, lo hacen porque quieren lo mejor para ellos. Ahora bien, a nivel universal, a ninguna persona le sienta bien que le impongan las cosas, que le exijan. A ninguna edad. Y eso no es ninguna teoría, eso es la vivencia del ser humano por cómo está constituido su sistema emocional. Porque el ser humano viene, desde que nace, con una constitución emocional preparada para defender la libertad, la libertad de elección. Y eso lleva al rechazo de la exigencia. Con esto, es fácil entender que con la exigencia, en muchas ocasiones, pagamos un precio muy caro con nuestros hijos. Y nos vemos en una situación de no saber por dónde tirar, porque no queremos dejar de exigirles porque queremos su bien, porque les amamos, y al mismo tiempo vemos que los frutos que recogemos con la exigencia muchas veces son opuestos al que queremos recoger.
¿La alternativa a la exigencia? El diálogo y los límites. Límites claros, estructurados, amorosos. Y cuando pasamos de la conexión a la que nos lleva el diálogo… ¿Qué necesitas tú, qué necesito yo, y qué podemos hacer juntos para cuidar de ambas necesidades? La exigencia ya no es necesaria y sí hay evolución, y sí hay motivación. Que es, en el fondo, lo que va buscando la exigencia. Y, por supuesto, en momentos determinados, pondremos los límites que nosotros, como padres o madres, consideremos. Y desde acciones que permitan evolucionar en eso que estamos viviendo y unos límites que contengan, la exigencia deja de ser necesaria.
La comunicación no violenta implica poner límites. Que una relación con nuestros hijos, con cualquier persona que nos rodea, en la que no se ponen límites, antes o después es una comunicación violenta. Pero cuando no se ponen límites, hay las necesidades de alguna de las partes que no es respetada o cuidada. Y a veces se confunde la comunicación no violenta con no decir que no, con no poner límites que frustran. Y eso yo digo que, al final, es un merengue, es vacío. Tiene una forma de cuidado que, en el fondo, no hay cuidado, porque no se está respetando aquello que es importante para alguna de las partes. ¿Cómo podemos poner un límite de manera lo más suave posible sabiendo que en mitad del proceso hay frustración? Lo primero que quiero aclarar es que los límites no los necesita la otra persona, esté en la situación que esté. Los límites son acciones que nosotros elegimos poner para cuidar de una necesidad nuestra.
Biografía
Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psicoterapia Gestáltica, fundadora y directora del Instituto de Comunicación No Violenta, Pilar de la Torre fue también discípula de Marshall Rosenberg. También es autora del libro ‘Fundamentos y prácticas de comunicación no violenta’.